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miércoles, junio 07, 2006

La educación necesita educarse!


I

Uno de los renglones que mayor capacidad han dado –supuestamente y de algún modo- a la humanidad, es la educación escolar. Pero... al paso del tiempo, las normas educativas se han diversificado a tal grado que surge una pregunta: cumple la educación con su función? No!, la educación necesita educarse!

A principios del siglo XX, en los países del llamado Tercer Mundo la base de la educación, la alfabetización, era más que raquítica. La mayoría de sus poblaciones –con excepción de las grandes ciudades- ni siquiera tenían escuelas. Es a partir de los cuarentas-cincuentas que surge un paroxismo por implantarla.

En México, por ejemplo, las escuelas se multiplican rápidamente pero a mayor ritmo que los institutos de Educación Normal arrojan maestros al campo educacional. La administración educativa encuentra una respuesta: autorizar como Maestros a aquellos ciudadanos que se han dedicado a enseñar en sus respectivos pueblos –sin importar su bajísimo nivel académico propio- muchos de ellos aún semi-analfabetos, y abrir más y más Escuelas Normales tanto privadas como oficiales.

El resultado, a mediano plazo, resulta en una proliferación de mentores suficientes para cubrir las necesidades nacionales pero... dos problemas saltan a la palestra: los maestros improvisados no sólo se niegan a abandonar sus plazas, sino que exigen ser homologados con los titulados y, éstos a su vez, buscan en su inmensa mayoría plazas urbanas negándose a convertirse en Maestros Rurales.

El crecimiento poblacional en esa segunda mitad del siglo XX es alarmante, y México no es la excepción. A mayor cantidad de chamacos, mayor necesidad de escuela. Pero ya no es tan sólo la necesidad de estudiar la primaria o la secundaria. Lejano aún el sueño de llegar a una carrera, para muchos la necesidad de trabajar se interpone implacable... y surge una nueva idea de una mente brillante: la educación tecnológica.

Brotan así, por decreto y desde el escritorio, las Secundarias Técnicas, los Centros de Estudios Tecnológicos y de Servicios (Cetis), los Centro de Estudios de Bachillerato, Tecnológicos y de Servicios (Cebetis), los Colegios Nacionales de Educación Profesional Técnica (Conalep), los Centros de Estudios de Bachillerato y Técnicas Agropecuarias (Cebetas) y muchos más de índole privada.

Su fracaso es tal que, sólo como ejemplo, podemos comentar que una de esas líneas de instituciones pretendió atender a la demanda en la producción azucarera, abriendo un plantel frente a cada ingenio del país. La primera generación de cada uno –completita- tuvo empleo desde antes de graduarse. La segunda, vio mermadas sus aspiraciones y sólo unos cuantos fueron empleados. Para la tercera generación el problema brotó por arte de magia: no había plazas para los egresados! Fue inútil para ellos buscar empleo en otros ingenios: cada uno tenía su propio plantel y sus propios desplazados!

Pero el problema de esa mala planeación no quedó ahí. Las instituciones tecnológicas, para poder funcionar en sus respectivos renglones, se vieron obligadas a contratar profesionales de los diversos ramos: paileros, carpinteros, electricistas, y demás artesanos, a quienes dieron un breve curso de pedagogía para prepararles a estar frente a grupo y ya! Cuando pasó el tiempo y se vio venir la debacle de este tipo de instituciones, cada uno de esos artesanos exigió la homologación con los académicos y –oh magia de la burocracia oficial!- con una serie de Cursos de Actualización Magisterial que aplicaban los sábados por seis meses (es decir, en 72 horas) les convierten en catedráticos. Naturalmente, ya con el papelito en la mano, muchos dejaron los talleres y exigieron horas como titulares en biología, matemáticas, y hasta inglés. Total, “ya somos catedráticos reconocidos por la Secretaría de Educación Pública”.

Al problema de este tipo de mentores improvisados se le puede añadir a los aviadores (amigos de funcionarios que ostentan incluso varias plazas que cobran sin trabajar), a los cuates que llegan con nombramientos de tiempo completo sin cubrir el perfil correspondiente, y a infinidad de supuestos mentores que compraron sus títulos en la famosa Plaza de Santo Domingo, donde se puede adquirir un título falso de cualquier carrera y de cualquier institución, incluyendo la honorabilísima Universidad Nacional Autónoma de México.

Así las cosas, y aunque sea una molestia el dato para la propia SEP, si tomamos en cuenta a los maestros rurales, los artesanos validados, los apócrifos, y los aviadores, en la actualidad más del 60% del profesorado nacional es improvisado. El mentor de vocación se ha quedado rezagado. De ahí que ya no se piense en la dignidad del maestro cuando esos grupos de pseudo-mentores se lanzan a las calles profiriendo palabras que ningún maestro les permitiría decir a sus alumnos, atacan literalmente instituciones de respetabilidad como el Senado, o agreden a la ciudadanía que se molesta ante sus impertinencias, plantones o bloqueos.

Muchos otros problemas enfrenta la educación desde el punto de vista material, es decir, planteles, maestros y aún de los propios alumnos. Pero el más grave, sin duda alguna, es el brotado de sus Programas de Estudios y de su Normatividad