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jueves, julio 06, 2006

Adiós a Don Roberto... y a toda una época.

La noticia llegó cerca de media mañana. Don Roberto Ríos Rodríguez había muerto. No sé lo que los médicos diagnosticaron, pero algunos contaron que murió de tiricia. Claro, muchos de ustedes no saben qué es la tiricia. Es, simple y llanamente, el abatimiento, ese sopor en que va cayendo el que ya no quiere vivir. En mis tiempos, la gente le llamaba tiricia. Aún recuerdo a Cristhian Siruget, aquel escritor sabio franco-mexicano amigo del olvido, cuando hablaba de los hospitales oficiales donde, decía, la gente moría más de tiricia que de sus enfermedades.

Mi concuño Andrés Pinzón Ríos era su sobrino, pero casi casi hijo de crianza, pues le crio la adolescencia. Llegó con él como a los 13 años, y se le fue -bien educado- a los veinte. Por eso supimos, por eso fuimos a su sepelio y despedida.

Llegamos apenas a la misa. De Acapulco a Yetla hay cuando mucho unos cuarenta kilómetros, pero el paso es lento; camino vecinal al fin anda como otros en el olvido y... con las lluvias... usted sabe. Ah, porque Yetla es su tierra, sí, de Andrés y de Don Roberto. A las puertas de la iglesia me extrañó ver a Renato Ursúa, hijo de aquel luchador y líder coprero, Florencio Encarnación Ursúa. Su presencia despertó el recuerdo. Claro... estaba en pleno corazón del movimiento coprero de los sesentas, aquel que llamara la atención internacional por la matanza de copreros en su edificio sede en Acapulco. Yetla era tierra coprera -aunque todavía puja por serlo- y por ende parte de aquel movimiento reivindicador.

La salida del féretro me regresó al presente. Una más había de presenciar. Siguiendo la añeja tradición provinciana, quienes cargaban sudorosos por el intenso calor el catafalco, voltearon este con frente a la iglesia y, dando tres pasos adelante y otros tantos atrás, inclinaban el cadáver en señal de despedida.

El cortejo tomó la calle principal -cuál otra pues- y los portadores repitieron la triple inclinación frente a su casa, las de sus hermanos y las de sus hijos. Luego, se encaminaron al panteón del pueblo. El sol, inclemente, intentaba a toda costa desanimar a quienes acompañaban a Don Roberto... pero nadie se dobló. La caminata se hizo eterna, principalmente para quienes como yo, cargamos el peso de los años. Casi todos llevaban en la mano una flor; la mayoría gladiolas blancas.

Ante la tumba, uno de los hijos -profesor de profesión- agradeció la presencia de todos, amigos, familiares y conocidos. Prácticamente el pueblo entero estaba ahí. Hizo una breve semblanza de Don Roberto como padre, y aseguró que sus hijos le daban gracias por haberles dado carrera y vida.

El regreso fue más tranquilo. El camino más corto. Con todo, ver las primeras casas del pueblo obligó a descansar en el primer portal que se atravesó. En la segunda parada, ya en casa de la prima de Andrés, dio oportunidad de saber que el dueño de esa casa, hermano del desaparecido, El Güero Ríos, había estado preso por más de ocho años... por aquello de los copreros. Fue, igual que Don Roberto -que también pisó la cárcel pero salió luego- víctima de la estulticia de líderes abusivos y sin escrúpulos.

La muerte del Güero Ríos, sumió en la depresión a su hermano, Don Roberto, que poco a poco fue perdiendo la gana de vivir. Un ahijado -cuyo nombre no supe- pasaba diariamente a darle ánimos y a charlar un buen rato. Había cariño del bueno pero... en un palenque, ante la intensa emoción de que su gallo estaba ganando tras fuerte apuesta, el ahijado aquel perdió la vida de un paro cardíaco apenas el pasado 14 de mayo.

Eso fue, dicen varios, lo que se llevó a Don Roberto. Ya no quería vivir. Su esposa se había ido antes. No, ya para qué? Y se fue... y junto con él, una época que se diluye en el tiempo. Quizá fue el último sepelio con despedida. De seguro ya no hay movimiento coprero... vamos, ni copra! Fue de los fundadores de Yetla. Uno de sus pujantes constructores. Su líder ante todo, un líder que lucho hasta el final... hasta que ya no le quedaron ganas de vivir... hasta que se murió de tiricia.

Descanse en paz.