Un espacio en el que la verdad no tiene fronteras, con cabida para la opinión y el concepto, y en donde historia, literatura y buen gusto son los ingredientes principales.

viernes, septiembre 01, 2006

Fidel Castro y México

Allá por mediados de los cincuentas Fidel Castro, y algunos de sus más cercanos colaboradores, vivían en la entonces hermosísima Ciudad de México. Desde ahí planearon, prepararon e iniciaron la invasión a su patria con el fin de... rescatarla de las garras del tirano!

Muchos funcionarios mexicanos de alto nivel no sólo estuvieron enterados sino que participaron con su apoyo, financiero y moral, al héroe del Granma. Algunos lo han aceptado ante el reto de la historia; otros, lo negaron primero por seguridad, y luego por vergüenza; otros más presumían de la amistad de Fidel.

Lo anterior se supo cuando algún comandante policiaco, pensando en haber descubierto la conjura del siglo –y así era en realidad- detuvo sin miramientos a Fidel y sus compañeros. El mundo se le vino encima! Cuentan quienes saben que el pobre comandante recibió llamadas de todos lados, y a cual más de señorones de la política nacional. Incluso Bucareli llamó con mucha discreción.

Y Fidel salió de México. Y Fidel conquistó Cuba. Y Fidel arrojó de la silla al tirano.

Pero Fidel saboreó las mieles del poder... y ya no lo soltó jamás. México se avergüenza de haber tenido 30 años en el poder a Porfirio Díaz... y de haber ayudado a Fidel a encumbrarse.

Dicen algunos que los cubanos son felices con él. Que los trata bien y se preocupa por ellos. Muchos que van por allá, incluso, afirman que se vive bien. Pero jamás se nos ha explicado porque han huido de la isla tantos miles de cubanos, dejando atrás recuerdos, familia y patrimonio. No se nos ha explicado porque salieron, abandonándolo, sus mejores colaboradores, como Matos, o sus propios familiares, como su hija.

Como quiera que sea, el simple anuncio de su enfermedad –y con ella la delegación de poder, aunque fuera temporal- sacudió al mundo. Los norteamericanos ya lo daban por muerto. Los cubanos en el exilio saltaron de gusto y hasta prepararon el regreso a su patria. Los de adentro... no se movieron. Esperaron, y siguen esperando. Alegan unos que Raúl, el hermano heredero, es el bueno, el bondadoso, el patriota; pero otros aseguran que ha sido la mano dura tras Fidel, cruel y despiadado, indolente en sus decisiones.

Pero pasan los días, y Fidel no se muere. Surgen entonces las suposiciones: que si murió pero lo están ocultando en lo que se acomodan las fichas del poder; que si murió y lo callan mientras se concretan importantes y libertarias negociaciones con el Tío Sam. Pero Fidel sigue ahí.

Dicho todo esto con respeto y admiración para quienes le odian tanto como para quienes le quieren que, al fin y al cabo, bien sabemos que la polémica es compañera inseparable de los grandes hombres. Ahí está Porfirio...